Amigas y amigos:
Siento que el privilegio de hablar en esta cumbre no me fue concedido a mí como persona, sino al centenar de países de renta media que merecen una voz audible en el cónclave al borde del precipicio del planeta.Cada uno de nosotros representa en este recinto la presencia silenciosa de cientos de millones de seres humanos, que sumados conforman una especie prodigiosa en el último peñasco de su supervivencia. Una especie que nos pide que tengamos el coraje, el elemental coraje, de escoger la vida por sobre cualquier desacuerdo.
No he venido aquí a señalar culpables. En primera instancia, porque estoy consciente de que somos los herederos de los errores que otros cometieron en el pasado.Y en segunda instancia, porque creo que si vamos a construir, conjuntamente, un destino posible para la humanidad, será preciso que abandonemos la penosa práctica de eludir las responsabilidades mediante el juego de las excusas y las recriminaciones.
Espero, eso sí, que las naciones que más han contribuido a crear este estado de cosas, y que más provecho han derivado de un desarrollo insostenible, tengan también la hidalguía de ser hoy las más dispuestas a enmendar el rumbo y prestar una mano solidaria.
El dilema que enfrentamos es brutalmente sencillo: los países desarrollados pueden hacer mucho por reducir sus emisiones de carbono, pero no será suficiente; los países pobres pueden hacer algo, pero no será significativo; y las naciones de renta media pueden hacer bastante, pero sin energía limpia y barata afectarán el ritmo de crecimiento de sus economías.Este empate político global nos lleva directo al acantilado.
Necesitamos hacer más, y sobre todo necesitamos hacerlo más rápido. No tenemos veinte, cuarenta o sesenta años para cambiar radicalmente las cosas. Tenemos, a lo sumo, ocho años.
En este tiempo, debemos idear la manera de traer el precio de las energías renovables a un nivel accesible para las naciones en vías de desarrollo.
Debemos mejorar sustancialmente la eficiencia de nuestro consumo energético actual.
Debemos preservar urgentemente los bosques que están siendo destruidos, declarando zonas protegidas, compensando a los propietarios de bosques privados, y llevando a escala mecanismos como el Programa de Reducción de Emisiones de Carbono, causadas por la Deforestación y la Degradación de los Bosques, la iniciativa REDD+ de las Naciones Unidas.
Debemos diseñar vías de transferencia multitudinaria de información y tecnología, asegurando que la experiencia exitosa en un rincón del mundo, sea el imperativo categórico en el otro.
Debemos forjar alianzas creativas y robustas entre el sector público y el sector privado, que nos permitan hacer de la conservación ambiental un activo y no un gasto de nuestras empresas, algo que Costa Rica ha hecho con éxito.
Debemos invertir en adaptarnos al cambio climático, en particular en los países en desarrollo que, por su exposición geográfica, sus bajos ingresos, su mayor dependencia de la agricultura y su endeble infraestructura, sufren más como consecuencia de las sequías, los huracanes y las inundaciones que han recrudecido en los últimos años.Y finalmente, y esto es crucial, debemos aumentar sensiblemente la cooperación internacional.
El año pasado, los países miembros de la OCDE dedicaron 120 mil millones de dólares a la ayuda internacional para el desarrollo, menos de la mitad de lo que están obligados a brindar conforme con acuerdos internacionales suscritos. Esa ayuda, además, ha sido errática, casuística y ayuna de prioridades y pensamiento estratégico.
Debemos construir una plataforma internacional en contra del calentamiento global, que nos permita canalizar rápidamente la ayuda, la información y la tecnología de un país a otro. Y aunque todo esto sea oneroso, debemos hacerlo de inmediato.
La buena noticia es que salvar el planeta es más barato que aniquilarlo.
Lo que es más, solucionar el problema del calentamiento global y preservar la vida, costaría sólo una fracción de lo que cada año destinamos a la empresa de la muerte. Con apenas un porcentaje de los 13 millones de millones de dólares que, como mínimo, se destinarán al gasto militar en los próximos 10 años, podríamos cubrir la totalidad del costo de estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero en elmundo.
El más cínico de los generales podría decir que la demencial carrera armamentista constituye una reserva para emergencias futuras. Hoy quiero decirles que la emergencia ha llegado. El mundo tiene en el gasto militar una cuenta de ahorros que debe ser empleada para salvar a nuestra especie contra un enemigo que es real. Y puede hacerlo sin renunciar a la seguridad de sus ejércitos, cuya necesidad no comparto pero entiendo. Se trata de corregir los excesos en un lado, para atender las carencias en el otro, porque de nada nos servirá contar con submarinos nucleares cuando el océano sea una pila ardiente, con helicópteros artillados cuando el cielo sea una nube negra, o con misiles que no tendrán en la mira más que cucarachas en el desierto.
Hoy estamos llamados a cambiar por completo.
Debemos repensar la forma en que vivimos, la forma en que nos desarrollamos, y como el conquistador, Hernán Cortés, deshacernos de las naves que nos trajeron hasta aquí. Queda poco tiempo para Copenhague.
Ningún líder debe refugiarse en los detalles como mecanismo para evadir los compromisos.
Los grandes rasgos de nuestra nueva historia están trazados.
Queda por ver si tendremos el coraje, el elemental coraje, de escoger la vida y empezar de nuevo.
Muchas gracias.
Este discurso fue pronunciado ayer, martes 22 de septiembre, en las NN.UU., New York.
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