MARKETING,
TRAGEDIA DEL COLECTIVO & PLANETA
Cada mañana abro mi mail
antes que el diario. Cada vez recibo más
mensajes que me invitan a ser feliz reduciendo una parte de mi cuerpo. O alargando otra. Correos que me garantizan la fe por un pronto
pago. La paz en cómodas cuotas. O salvar el planeta regalando mi dinero a una
causa inexistente pero noble. Todo,
gratis.
En este punto, me jacto de ser escéptico y desconfiado. Y evito el clic. Confieso creer que el marketing que creó una
consciencia consumista resolverá la crisis ambiental creando consumidores
conscientes.
El problema pasa por la confianza, pienso. La confianza, como el dinero, es un bien
común que promueve o detiene una economía.
Cierro el correo del iPad.
Cojo el diario. El titular es
contundente. El 80% no invierte en protección ambiental. Se refiere a un estudio del INEC realizada en
3.572 empresas de 23 provincias, con excepción de Galápagos.
Ocho de cada 10 empresas no registran gastos en protección
ambiental ni estudios de impacto ambiental. Contrasto esta data con los resultados de un
estudio solicitado por actúa verde y
realizado por Consultor Apoyo. 98.19% de
quiteños y guayaquileños les interesa hacer algo por el planeta.
Ocho de cada 10 guayaquileños y quiteños ya hace algo por el
planeta. Estamos reciclando, cuidando la
energía eléctrica, ahorrando agua, comprando productos orgánicos.
Pienso que existe una disonancia cognoscitiva. O una torpeza, por decir lo menos. Releo.
¿Estoy equivocado?, me cuestiono.
Que el 80% de empresas que operan en Ecuador no inviertan en protección
ambiental no significa que hagan nada el términos de marketing verde.
Me preocupo. 45.98%
de quiteños y guayaquileños le creen a empresas que dicen hacer algo por el
Planeta. Esto podría enervar la
confianza en las empresas, en las marcas, en los empresarios, pienso. Es cómo la fábula de Esopo, la del niño y el
lobo. ¿La recuerda?
“Es el lobo, es el lobo”, gritaba el niño. Llegaban los vecinos, el lobo no estaba, el
niño reía. Y cuando realmente el logo
fue, se comió las ovejas. Dicen que se
comió al niño también. Esta suerte de
desconfianza social es como la tragedia del colectivo, dice Dan Ariely en A Taste of Irrationality.
El tema ambiental es una tragedia del colectivo,
pienso. Es que si se usan los recursos
del planeta –que son de todos- a una tasa superior que la tasa a la que se
recuperan, el sistema se vuelve insostenible.
Y en el largo plazo, todos perdemos.
La tragedia del colectivo demuestra dos comportamientos
humanos en conflicto: por un lado el interés en mantener en el tiempo los
recursos para beneficio todos y de uno mismo; por otra lado, el interés de uno
mismo de beneficiarse del uso, usufructo o aprovechamiento de los recursos
antes que los demás.
Si a lo anterior sumamos empresas o marcas que digan ser
verdes sin serlo (o sólo habiéndose maquillado como tal), entonces tenemos un
problema más serio.
¿Cómo lo resolvemos?
Hay esperanza. Que
por cierto, es de color verde.
Cierro el diario.
Tomo una ducha corta. Cierro la
llave al cepillarme los dientes. Decido
tomar un reto verde en verdeate.com y dejo de comer carne lo lunes para
disminuir mis emisiones de CO2 en 2.8 kg.
Pequeñas victorias hacen grandes héroes, pienso.
Pequeñas victorias, muchas empresas, y más consumidores
conscientes de su poder, pueden hacer la diferencia. Hasta tanto, escribo esta nota para tratar de
convencerlos en ser más verdes… confiando en que lo lograré.